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domingo, 27 de mayo de 2012

Feliz día de la Patria

En ocasión de un nuevo 25 de Mayo, el “día de la Patria”, me han surgido algunas reflexiones. La patria constituye el eje de la vida política del Estado-Nación, y el centro de la realización democrática de la sociedad. Estas ideas serán expuestas no de manera desapasionada. Porque no obstante el rigor metodológico que pretendemos, en realidad reflexionaremos con afectividad política. Como dice Platón, “…en todo hay que hacer lo que la ciudad y la patria ordenen…”[1]. Y nosotros seguiremos su consejo. Y la primer tarea, como con cualquier ser querido, será pensar en nuestra patria con el corazón y bajo las prerrogativas del amor. Reflexión o indiferencia respecto de la grandeza de nuestra patria son ambas actitudes eminentemente políticas, y de política es en definitiva de lo que hablaremos. Porque hablar de política es, antes que nada, hablar del Estado[2]; y la patria es nuestro Estado en el sentido de unidad política amada y heredada. Luego este escrito es un intento de reflexión política afectiva, aunque con fuertes insinuaciones programáticas. Pues en las ideas buscamos un plan para la existencia. El amor se encargará de que esas ideas emanen a su vez de una realidad existencial determinada.
Los argentinos debemos expandir los alcances de aquello que llamamos política. Porque aun siendo cierto que no todo es político, y que el patriotismo posee otras aristas, llámese culturales, psicológicas, o educacionales; no es menos cierta la tesis opuesta: que el error muy posiblemente se encuentre en no incluir todas las dimensiones de la vida colectiva a la hora de reflexionar sobre lo político. O mejor aún, podría ser un grave error que no se intente abarcarlo todo, aprender de todo, reparar en todo, a la hora de hacer política. Propondremos entonces expandir la política al volumen mucho más vasto de la vida, y no contraer la vida a los mezquinos lindes de una política exinanida. Queremos, mediante la apasionada reflexión sobre lo patrio, incitar a lo patriótico; y hacer despertar nuevos bríos de la más añeja política.
Si bien la referencia era la España del 14’, cuando José Ortega y Gasset escribió que “…la política no es la solución suficiente del problema nacional porque es éste un problema histórico…”, ciertamente podría haber estado haciendo referencia a la Argentina del siglo XXI. Hablar de nuestros problemas políticos es ya, a esta altura de los acontecimientos, plantearse una cuestión de dimensiones históricas. Aquello que creemos coyuntura es en realidad otro paroxismo en un largo proceso convulsivo que ha tomado en nuestra historia los atributos de verdadera era de decadencia. Porque palpablemente la política no ha podido avanzar en nuestros problemas nacionales ni en los grandes procesos que harían posible nuestro desarrollo como Estado moderno, en especial la adhesión a las leyes, la salud pública, el nivel educativo, y los sistemas económicos sustentables y futuristas. Luego nuestra política tal cual y como está planteada, tan inmóvil y parecida siempre a sí misma, debe cambiar. Debe ser otra distinta, para ofrecer otros resultados no explorados a la comunidad.
La política que buscamos es una nueva política. Aceptemos que hay muchas políticas, o mejor dicho, múltiples formas de aproximarse a lo político. Esta diversidad daría lugar a otros tantos modos de clasificación. Podríamos hablar de una política honesta o deshonesta, participativa o excluyente, transparente u oscura, de masas, de minorías, o de élites, y demás. Pero como nuestro interés no es sólo diagnóstico sino que nos inspira un anhelo programático, propedéutico, alentado a su vez por una pertenencia generacional, es entonces que dividiremos la política en dos: una “vieja política”, y una “nueva política”.
Y en este sentido podría ocurrir que el fracaso contemporáneo de nuestra patria no se deba en realidad a una desilusión de “la política” en general, sino más bien al fracaso definitivo de “la vieja política”. En este sentido quizá debamos volver a coincidir con Ortega, y lo que nuestro país necesita sería una “nueva política”, bastante más comprehensiva que la actual, más ocupada de los procesos sociales en su conjunto, y no tanto en su propia fisiología. En definitiva, deberíamos procurar una política más influida por las innumerables facetas de la vida colectiva según decíamos al principio. Y esto es novedoso. Hacer política desde el todo, y no hacer política desde ella misma.
La política debe dejar de ser únicamente aquello que hacen hoy en día “los políticos”. La política es más que esa actividad plagada de bajezas y mediocridad a la que nos hemos acostumbrado, aunque no sin desagrado. La política debe ser una praxis engrandecida por ideales, contemporánea, abrazada en deseos de grandeza y trascendencia, comprometida con las hondas aspiraciones de nuestro pueblo. Y como Ortega, creemos que esta “…nueva política tiene que ser una actitud histórica…”[3]. Esto es así porque las horas que vive la patria son históricamente decisivas; y el desafío que estas horas imponen a aquellos llamados en su apoyo es igualmente trascendente. Nuestro problema no es político en los términos que podemos colegir de dicho vocablo indecentemente tergiversado por los agoreros de la “vieja política”. En todo caso, como venimos diciendo, nuestro problema es histórico. Y como tal, exige mucho más de “lo político”. Exige un ingrediente nuevo. Nuestro problema histórico exige una apertura de la política a la inmensidad de la vida de nuestra comunidad y del mundo. En este sentido el concepto de patria es muy elocuente, o quizás el más locuaz.
Si resulta verdad que “…tomar parte en la comunidad significa todo menos tomar…”, porque al contrario, tomar parte en la comunidad es en realidad “…perder algo, reducirse, compartir la suerte del siervo…”[4], si comunidad es en realidad no una posesión de cosas comunes sino un “…mecanismo complejo de donarse…”[5], de brindarse por una obligación contraída con los otros, si todo esto es correcto, entonces reflexionemos seriamente si la dimensión afectiva de lo patriótico no condensa de manera exacta esta premisa. Si la imperiosa necesidad de entrega recíproca desinteresada que se encuentra en la raíz de toda auténtica comunidad, no exige igualmente amor incondicional a la patria como punto de partida de lo político. Pensemos si no es, en realidad, el generoso patriotismo el elemento faltante en todo el problema político argentino. Nuestro drama político bien podría ser consecuencia de falta de cariño por la Argentina y su pueblo.

[1] Platón. Critón, 51a-c. En: Calonge-Ruiz J, Lledó-Íñigo E, García-Gual C (trad.). Platón, Diálogos. Madrid 1990, Gredos.
[2] Karl Schmitt. Der Begriff des Politischen. Berlin 2002, Duncker & Humblot, p. 10
[3] José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. En: Pedro Cerezo Galán (Ed.). Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Madrid 2007, Biblioteca nueva, p. 118-119
[4] Nada en común. En: Roberto Espósito. Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires 2007, Amorrortu, p. 30 y ss
[5] L’hospitalité. En: Émile Benveniste. Le vocabulaire des institutions indo-européennes. Paris 1969, Les éditions de minuit. Vol I, ch. 7, p. 96-97

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